¿Alguna vez pateaste a un hormiguero?

¿Alguien pateó alguna vez un hormiguero? ¿Quizás cuando eran niños? Confieso que yo sí. Hoy, como adulto, como docente, no se me ocurre una imagen más gráfica para expresar la sensación de lo vivido desde el punto de vista educativo entre 2020 y 2021. Recuerdo aquel momento: el desparramo de tierra, las hormigas yendo y viniendo desconcertadas tratando de recuperar su ruta, su ritmo y su tarea mientras los pisotones inclementes caían sobre ellas. Otros fragmentos del hormiguero seguían bullentes de insectos como si tal cosa. Y también quedaban hormigas sueltas y solas por todas partes, incluso a metros de distancia.

 

Así me sentí el año pasado. Los docentes estuvimos solos para mantener el lazo, en el mejor de los casos, mediante la virtualidad. Trabajamos en condiciones tan malas que para millares de compatriotas es como si no hubiéramos hecho nada, y esa sensación alimenta la crítica. Fueron condiciones que inviertieron aquellas para las que nos preparamos y las que la sociedad espera de nosotros: no pudimos ir a las escuelas ni estar en contacto con nuestros estudiantes. Y en esas mismas condiciones trabajamos este año.

 

¿Qué nos encontramos al regreso de las vacaciones de invierno? Mayor presencialidad, un relajamiento en el cuidado social, la vacunación que avanza, la amenaza de la circulación de la variante Delta.

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La incertidumbre ha llegado para quedarse, y es un enorme condicionante para el trabajo de todos, desde ya. Pero para educar, limita la proyección prácticamente al día a día.

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