Enseñar es intervenir en los mundos personales

Las fotos pertenecen al libro Presente, Retratos de la educación argentina, editado por el Ministerio de Educación de la Nación en el año 2015.

“Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… (…) Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se cambió de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció…”

(La palabra, 1° parte)

 

Cada vez que los docentes ocupan la atención de la política, revivo a Pablo Neruda. Será porque este fragmento de su autobiografía refiere a lo más preciado que tenemos quienes nos dedicamos a la enseñanza: la palabra. Y cada vez que aparecen las palabras, vienen las ideas, ideas de libertad y de transformación. El mundo, la vida, los cálculos o la poesía pueden ser así o de otra forma. Y cada vez que esto se evidencia, el aula entra en la escena de la vida pública. Y sucede de todo. Los ciudadanos de a pie evocan los recuerdos más bellos y los más aterradores de su paso por la escuela. Lo vivido conforma una expertiz a la que se recurre cada vez que se requiere una opinión sobre educación, especialmente del aula. Nos convertimos en analistas emitiendo juicio fundado sobre cómo debe ser la enseñanza al afirmar una y otra vez “mi tía Alcira fue hasta 4° grado y tenía una letra bellísima” o “yo estudiaba de memoria y tan mal no me fue”.

 

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