Cuando ya no estemos aquí

El hombre sale del teatro Tornavía en el campus Miguelete de la Unsam. Afuera ya no llueve. Es uno de las 150 personas que abarrotaron la sala para ver al físico italiano Carlo Rovelli. Sonríe.

 

—Yo creía que de Física no sabía nada, pero a este tipo le entendí todo.

 

El amigo también sonríe.

 


Dos días después, en el enorme Centro de Arte Experimental de la Unsam, el italiano estira una soga.

 

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Al igual que en la charla del lunes y en la entrega del honoris causa del martes, hoy, miércoles a la tarde, Rovelli viste otra vez un pantalón oscuro, y remera y saco negros. La excepción fue la entrevista en el hotel, cuando prefirió las sandalias a los zapatos y prescindió del abrigo. Con anteojos y pelo revuelto, Rovelli encaja perfecto en el estereotipo de científico genio, aunque a él le guste aclarar que, como al resto de las personas, sus colegas son todos distintos.

 

Explica que, como para muchas otras cosas, del tiempo existe una concepción occidental –de la que él hablará– y otra oriental. Para el hinduismo, con su danza, la diosa Shiva hace que el tiempo avance y que el mundo exista.

 

En unos minutos, de la soga colgará una tela, la sostendrá con broches y unos hilos. Y con estos elementos domésticos explicará qué es el tiempo. Dice, lo desarrollará en cuatro capítulos.

 

La exposición que está por comenzar es parte de “Narrativas de lo real” –ciclo de encuentros que se propone un diálogo experimental entre la literatura y otros ámbitos de conocimiento– organizado por el programa Lectura Mundi. En la presentación de esta quinta edición, el sociólogo y director de Lectura Mundi Mario Greco y el escritor italiano Bruno Arpaia proponen pensar sobre los límites entre ciencia y arte, que cierran con una cita de Primo Levi: “La distinción entre el arte, la filosofía y la ciencia no la conocía Empédocles, Dante, Leonardo, Galileo, Descartes, Goethe, Einstein o los anónimos constructores de las catedrales góticas, ni Miguel Ángel, ni la saben los buenos artesanos de hoy, ni los indecisos físicos en límite de lo conocible”.

 

Capítulo 1. En la soga, Rovelli pone unos broches. Cada broche es un momento; hoy: uno, hace diez minutos: otro, ayer; un tercero, cuando fuimos niños: el cuarto. Después camina hacia su derecha y coloca los broches de futuro: mañana, el mes que viene, cuando seamos viejos, cuando ya no estemos en este mundo. Allá adelante: cuando ya no estemos.

 

—Este transcurrir es la forma más simple de representar el tiempo.

 

El mundo es una línea sobre la que suceden los acontecimientos, hay un presente, un pasado y un futuro bien definidos.

 

Para esta concepción lineal –la que desarrolló el científico y alquimista inglés Isaac Newton– “el tiempo es el fluir dentro del cual vivimos”.

 

Capítulo 2. Pero luego vino el físico alemán Albert Einstein y demostró que no era así, que el tiempo no era una línea. Rovelli cuelga un reloj de la soga: casi tocando el piso, y se queda otro en la mano. Si fueran de alta precisión, dice, no marcarían la misma hora. En el de abajo, el tiempo pasa más lento.

 

Y da un ejemplo: Hay dos gemelos, uno vive en la montaña y el otro en el valle. El de la montaña envejece más rápido. La pantalla se prende y muestra a un pitufo en la costa y a papá pitufo con su barba de anciano arriba de la montaña. El silencio se transforma en risas.

 

—Esto no es una teoría, es un hecho —aclara Rovelli.

 

Pero ¿cómo? El tiempo no puede ser una línea porque los relojes no van todos juntos. La teoría de la relatividad general lo explica: el tiempo es una superficie.

 

Y, ahora, Rovelli cuelga de la soga una tela blanca.

 

—El tiempo es esa tela, que los científicos llaman espacio-tiempo. Como dijo Einstein, esta tela (el espacio-tiempo) es curva. Y además, en algunos lugares, el espacio-tiempo se puede agujerear, son los agujeros negros, donde el tiempo pasa rapidísimo, en sus bordes el tiempo no pasa, mientras que afuera pasan millones de años luz.

 

Además, el arriba y abajo sólo existen en la Tierra.

 

—Imagínense a un astronauta que, mientras flota en el espacio, le pide a un compañero la caja de herramientas: esas indicaciones terrenales pierden sentido.

 

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Capítulo 3. De cerca, vemos la trama de la tela, el espacio mínimo entre los hilos. La teoría de la relatividad general –que postula un espacio continuo– sirve para explicar el universo; pero a pequeña escala, pasan otras cosas: el tiempo se agita (a escala extremadamente pequeña, lo que se llama longitud de Planck).

 

Esto, que parece ciencia ficción o magia, Rovelli lo explica con un péndulo. Dice que todo péndulo es un reloj, cita a Galileo Galilei, que fue el primero en hacer esta r

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