Sonia Barrientos vio que el mar por fin se retiró bahía adentro y dejó al descubierto la destrucción en el puerto. Lo que antes era Corral Bajo, su centro social y comercial, había sido barrido por el mar.
Ya no había casas en las calles Tarapacá, Arica y Chacabuco, sólo escombros y tablones desarmados que eran parte de las poblaciones que le daban vida a Corral.
Ese domingo 22 de mayo de 1960, con ojos enormes y resoplando ansiosa, Sonia miró hacia el lugar donde estaba su casa y ya no había nada o, mejor dicho, casi nada. Lo único que estaba en pie era la cocina a leña de su madre.
La miró incrédula, casi divertida. Recordó fugazmente las tardes de invierno, los panes amasados que hacía su madre, el sonido de las teteras por la mañana antes de tomar el desayuno o el mate para llegar a clases al liceo de Corral.
Esa cocina con sus patas de fierro en forma de león aferrada firme en el suelo de cemento, era lo único que sobrevivía al peor maremoto que haya asolado el planeta en el sur del mundo.
***
“Corral nunca volverá a ser lo mismo” dijo Carlos Larraín, ex empleado de la Naviera Haverbeck y Skalweit, al que entrevisté junto a su esposa Raquel Duarte y a Sonia Barrientos en la población Beneficencia de Valdivia, en la Región de Los Ríos, al sur de Chile.
Los tres eran sobrevivientes del terremoto y maremoto que destruyó Corral, el principal puerto de la ciudad de Valdivia, cuya bahía se ubica a 6 kilómetros al este del Océano Pacífico y a 65 kilómetros por tierra hacia la urbe principal.
Antes del maremoto de 1960 Corral bullía de actividad mercante en su bahía y los pitos de los barcos sonaban a cada momento, anunciando la llegada de cargamento, en especial de madera, trigo, fruta y otros productos.
A principios del siglo XX, era el puerto sureño más visitado por los barcos mercantes en la zona que va desde Punta Arenas hasta Talcahuano. Incluso superando a Puerto Montt.
Entre 1906 a 1936 adquirió notoriedad con la caza de ballenas y la instalación de la Sociedad Ballenera y Pescadora de Valdivia que funcionaba en la ensenada de San Carlos, a tres kilómetros de Corral, bordeando el camino costero del Océano Pacífico.
Los estibadores tenían abundante trabajo en este pequeño puerto del sur y a ello se sumaba toda la actividad de la industria siderúrgica con la instalación en 1910 de la Sociedad Hauts Forneaux, Forges et Aceries du Chili, conocida como la empresa Altos Hornos y que producía fierro y acero para toda la zona sur del país.
El movimiento en torno a esta empresa era formidable con los obreros cumpliendo sus turnos de trabajo y muchos niños revoloteando a la entrada de la fábrica, pues llevaban las viandas de alimentos para sus padres, tíos o abuelos.
Las risas de los chicos se confundían con el sonido de las gaviotas, de los golpes de martillos y de las voces de los marineros mercantes saludando o llamando a algún compadre desde una lancha. Las risas que se apagaron aquel domingo en que la tierra tembló.