Platón para todos

Un foco se le acerca. Es la iluminación que un fotógrafo acomoda para retratarlo. El filósofo francés Alain Badiou, antes de su primera conferencia en Buenos Aires, dice: “¿ves?, es la figura misma de la idea: una luz poderosa que nos ilumina”. El set fotográfico se convierte en alegoría filosófica. Badiou rinde homenaje a su gran maestro: Platón y su relato de la caverna oscura como sede de la ignorancia de la que hay que huir sobrevuela el campus de la Universidad Nacional de San Martín.

 

Con esa luz encima, Badiou camina parsimonioso a recibir el Doctorado Honoris Causa: las dos manos unidas atrás; sereno y enérgico al mismo tiempo. Consulta un celular barato cada tanto. Badiou tiene la melena blanca de un hombre de 74 años y la seguridad jovial de un militante del mayo francés. Lleva sus siete décadas sobre las espaldas como si cargara el siglo XX sobre ellas: con todos sus dramas y lenguajes.

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Hace muy poco Badiou se atrevió a reescribir a cuatro manos el diálogo platónico más famoso, La República, y osó compartir autoría con el mismísimo Platón, varios siglos después. A principio de año, en las vidrieras parisinas y en los suplementos culturales franceses Badiou fue noticia con esta remake contemporánea de un clásico.  En ese libro conversan personajes que el propio Badiou le presenta a Platón. Por empezar, mujeres, ausentes en la obra griega.  Luego, migrantes sin papeles. Pero también Shakespeare, Mao, Freud y Marx.

 

Como un herético, Badiou metió mano sobre un texto sagrado de la filosofía. Le devolvió para este tiempo un tono de palabra viva, fuera de la jaula letrada de eruditos y filólogos, para demostrar que la lengua de la filosofía es siempre una lengua impura. En esta nueva versión, al fin y al cabo, Badiou le exige a Platón una filosofía popular para convertir el privilegio de pensar en “un aristocratismo para todos”. Para Badiou, Platón tiene que poder leerse en la banlieu parisina, ese cinturón periférico de la gran capital.

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El grupo de actores Futuro Anterior representa una obra de teatro escrita por Badiou: Las calabazas. La sala de la universidad está llena. Badiou mismo actuará: se hará pasar por Bertolt Brecht para debatir frente al católico Paul Claudel en una saga de acusaciones mutuas sobre cómo entender el teatro. En el escenario, Badiou se mueve cómodo, con gestos encendidos. Detrás de un atril, primero lee en alemán. Luego sigue en francés. No le hubiese ido mal como actor. Pero de nuevo se nota que es la banlieu lo que le interesa que irrumpa en escena. Entonces le brillan los ojos cuando el personaje de Ahmed, un joven obrero argelino habitado por un demonio, se hace escuchar y rapea unas palabras que Badiou ha escrito para él:

 

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